La carga que descarga
Durante los tres meses anuales de nimio calor en el frío nórdico, la descendencia vikinga se juega el honor de la fuerza masculina compitiendo en una carrera de 254 metros con la esposa a cuestas. Sonkajärvi, Finlandia, es el hogar del Campeonato Mundial de Wife Carrying, en español Cargar con la Esposa, que consiste en atravesar una pista con una valla de tronco, una trampa de arena y un obstáculo de agua llamado widow maker o hace-viudos en el menor tiempo posible. La tradición comenzó en 1992 en honor a la leyenda de Ronkainen el Ladrón, quien sólo aceptaba nuevos miembros en su pandilla de bandidos si eran capaces de entrar a saquear pueblos y llevarse a cuestas sacos de grano, cerdos y las esposas para volverlas suyas.
Las reglas no permiten que el peso cargado sea menor a 49kg, por lo que las mujeres que pesan menos deben compensar el peso con un talego. Al igual que en la tradición de la leyenda de Ronkainen, la mujer cargada puede ser la esposa, la vecina o alguna que se encuentre en el camino, total, lo que importa es que tenga más de diecisiete años. Los modos de carga son a caballo, a tuntún, al estilo bombero, en brazos a la romántica o la famosa carga estoniana que deja a la mujer boca abajo enganchada en tijereta al cuello del marido, pero que le permite total libertad de brazos al cargador. El premio es el peso de la mujer en cerveza más cinco veces su peso en efectivo. Quizá en este caso es deseada una mujer bien pesada para así llevarse un botín que valga la pena a casa porque si se lleva a una modelo de esas flacuchas como un palillo toca aumentarle el peso hasta 49 kilos que en cerveza no representan ni siquiera medio barril.
Margo Uusorg y Birgit Ullrich |
Los poseedores del récord mundial son los estonianos Margo Uusorg y Birgit Ullrich con 55,5 segundos, tras quienes se bautizó la carga estoniana y que en el 2000 se coronaron campeones mundiales tras derrotar al luchador de sumo surcoreano, Hwang Sunmi, entonces favorito para llevarse la presea gracias a su también novedoso estilo de carga manos libres. Por otra parte, las reglas contemplan la obligación de divertirse y no sólo gana la pareja más veloz, sino la más entretenida, la mejor vestida y el cargador más fuerte, que de ganar la carrera se llevaría una dotación de cerveza para todo el año.
Esta competencia, además de ser una grandiosa oportunidad para desquitarse de la joda conyugal resistida durante el año, se transforma en una posibilidad de trabajar en equipo y arreglar las cuentas. Menos mal los vikingos tienen este momento para divertirse y darse un aire de la agobiante cotidianidad con funcionamiento de reloj suizo. Por lo menos sus problemas se repliegan a hallar divertimento a su aburrimiento perpetuo como el hielo ártico. Este hecho, por una parte, me hace pensar ¿qué pasó con los competidores negros (los afro, para ser más políticamente correcto), los latinos (no los que hablan latín sino los denominados por Napoleón Bonaparte como herederos de una misma lengua cuando buscó expandir su imperio hasta el continente americano a través de Haití y México), o los indígenas (ahora mejor conocidos como nativos americanos), ellos por qué no están en estas carreras? Lamentablemente, cuando busco una respuesta recuerdo que en el poder están personajes como Donald Trump, Macron, Bolsonaro y Maduro, los tres primeros los grandes populistas de derecha y el último el cáncer dictatorial que hace quedar mal al pensamiento de izquierda y que tiene al mundo occidental al borde de la tercera guerra mundial de darse la muerte de Guaidó o por lo menos el comienzo de una guerra civil en el territorio venezolano. Y ni hablar de Duque. ¡Vaya presidentes con los que tenemos que cargar! ¿Qué dirá Sauli Väinämö Niinistö, o estará ocupado cargando a la esposa?
Por otra parte, estas carreras me hacen pensar en aquellas personas que deben cargar a sus seres queridos porque se están muriendo de hambre, de sed, de calor o de frío, aquellos que deben atravesar desiertos, montañas, océanos y estepas contra el reloj de la muerte traída por el hambre o por la violencia descomunal producto de la intolerancia sistemática hacia la diferencia. Quizá a los afro no les permiten competir porque vendría un etíope y los dejaría regados, bien porque viven en preparaciones maratónicas para las maratones mundiales o porque sus esposas escasamente alcanzarían los 49kg que en su pueblo sería signo de alta salubridad y hasta obesidad. Quizá a los indígenas no los dejan competir porque mambean demasiada coca. Quizá a los latinos no los dejan competir por problemas de ilegalidad. En realidad, permanecerá un misterio, o quizá simplemente ninguna de las anteriores razas sabe de dichas carreras.
Y ni hablar ahora con la ruptura de los acuerdos nucleares que nos devuelven a la época de la guerra fría: si Trump o Maduro fueran mi esposa, me aseguraría de honrar el buen nombre del obstáculo de agua. Porque lo que se viene tiene el potencial de dejarnos cargando no sólo con nuestras esposas, sino con las malformaciones ya experimentadas en Chernobyl e Hiroshima en la generación venidera, cargando con un desastre ambiental que ninguno de los mencionados presidentes (salvo Macron y Guaidó) alcanzarán a experimentar al estar al borde de la senilidad (aunque quizá Trump sufre demencia senil, sin ánimos de ofender). Injusto, pero cierto. Así que mejor reclinarse en el sillón, rezar ante la televisión y sus aturdidoras noticias de incesante bombardeo y, en la medida de lo posible, registrarse con la mujer para la siguiente competencia de cargar con la esposa que quién sabe cuándo volverá a ser por diversión.
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Felipe Robayo
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