Brazadas a mar abierto
Los Acantilados Blancos de Dover — Foto de Jpellgen |
Las competencias a nado abierto comprenden pruebas de 5, 10 y 25 kilómetros, y tan sólo la prueba de diez hace parte del programa olímpico. Pero los migrantes sirios, libaneses, palestinos y subsaharianos se enfrentan a distancias de mínimo 13,3 km en el Estrecho de Gibraltar hasta cientos de kilómetros en todo el mediterráneo sin saber nadar.
Cuando Michael Phelps corta el agua con su patada de delfín y sus brazadas de remo vikingo, uno como espectador se atribuye sus capacidades natatorias y con un bufido displicente da a entender que aquello podría hacerlo en cualquier momento. Así mismo no impresiona tanto el logro del colombiano Daniel Restrepo quien alcanzó la primer medalla olímpica juvenil de natación para la nación el 14 de octubre del 2018 con sus clavados en Buenos Aires—sucesor de Orlando Duque que no demora en lanzarse desde los Acantilados Blancos de Dover, aunque quizá sería mejor lanzar a Iván Duque—.
Pero ya hablando un poco más en serio, estos atletas se llevan preparando para sus hazañas toda su vida. Phelps nada desde los siete años de espaldas por miedo al agua y ahora representa un costo neto entre los U$55 y U$60 millones de dólares. Daniel Restrepo lleva quince años clavando de sus dieciocho de vida. Y Orlando Duque comenzó a los diez años a lanzarse desde las alturas hacia el agua.
Izq. a Der.: Daniel Restrepo, Michael Phelps y Orlando Duque |
Pero, ¿qué importa?
Pues que en la actualidad, según la International Organization for Migration (IOM) a través de su Missing Migrant Project revela que nada más en el Mediterráneo murieron 2217 migrantes en el 2018, con un consolidado histórico de 17125 muertes entre el 2014 y el 2018 de las cuales 16283 están relacionadas con ahogo o presunto ahogo.
Y es que las balsas inflables para diez las sobrecargan con cinco o seis veces su capacidad, y no es extraño que en la mitad del mar abierto comience a desinflarse una balsa así como las esperanzas de vivir alejado de la guerra y concentrado en el progreso individual de los sirios, afganos, libaneses y subsaharianos. Como el heroico caso de la nadadora Siria Yusra Mardini, hoy radicada en Berlín y parte del equipo olímpico de refugiados, quien en 2016 se lanzó al agua después de treinta minutos de navegación en la balsa inflable para seis tacada con veinte pasajeros que salió de Turquía rumbo a la isla griega de Lesbos. Mardini nadó durante tres horas empujando la balsa junto a su hermana Sarah y otros dos hombres: los únicos cuatro que sabían nadar de los veinte.
IOM Missing Migrants Project |
Pero a pesar de ese legendario esfuerzo, los migrantes en busca de asilo político están encontrando cada vez más barreras de paso en la forma de guardia costera, pues con la llegada al poder de políticos que promueven políticas antimigratorias en países como Italia, España y Grecia, la llegada de nuevos refugiados a sus costas es indeseada. Por ende, acabaron por medio de presión política la licencia de unos de los barcos rescatistas más importantes de la zona—si no el único—El Aquarius. Este bote, comandado por Médicos sin Fronteras, era la representación humanitaria de solidaridad frente a la masiva migración del medio oriente y la África subsahariana, y ahora la guardia costera bloquea su intervención y los puertos no la aceptan por falta de licencia para atracar.
Bueno, por lo menos en Italia le están dando clases de natación a algunos de los refugiados, bien sea para que se vuelvan parte de la industria turística, o para que pierdan su miedo al agua después de quedar traumatizados por el incierto viaje en la balsa.
En la época de Platón habían dos preceptos fundamentales para poder considerarse alguien digno de ser funcionario público: primero, saber leer y segundo, saber nadar. Aunque quizá los migrantes no estén buscando necesariamente carrera política en los países receptores, sí están en una carrera contra la muerte que les viene pisando los talones desde su tierra, que tuvieron que abandonar a fuerza de supervivencia. Como el caso de Mouaz al-Balkhi y Shadi Omar Kataf que intentaron cruzar a nado el Canal Inglés o Canal de la Mancha que separa a Inglaterra de Francia a la altura de Calais y Dover, mejor conocido como el Paso de Calais de 33km de ancho, y ambos terminaron ahogados, uno hallado en la costa danesa y el otro en la holandesa. Quizá al ver la albura de los Acantilados Blancos de Dover intuyeron que sólo sería cuestión de par brazadas y listo, pero el frío, la distancia y la corriente fueron más fuertes que sus recién adquiridos trajes de neopreno.
Y las migraciones en balsa se han dado desde La Habana hasta Cayo Hueso, desde Venezuela hasta Cuba, desde Ceuta a Gibraltar, desde Calais a Dover, desde Turquía a Lesbos, desde Francia, Inglaterra, España e Italia a Estados Unidos, desde China a Australia, desde Japón a Perú. Y lo espeluznante es pensar en las personas ensardinadas en botes precarios de naufragio inminente, los afortunados protegidos contra el ahogo por un rucio chaleco salvavidas.
Quizá los gobiernos europeos y norteamericano consideren que los refugiados llevan dentro un Benoît Lecomte, quien en este instante está cruzando el Pacífico a nado desde Tokyo hasta San Francisco después de que su hazaña cruzando el Atlántico fuera desestimada por detractores ensopados de envidia. O quizá estén preparando una nueva serie de BayWatch, en la que los refugiados son presentados como criminales analfabetos incapaces de nadar. Quién sabe, este mundo se ahogó en chifladura, pues ayer, 18 de diciembre se celebró el día internacional del migrante: 214 millones fuera de su patria.
Bajado de ABC News a través de youtubedownloader.com
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Felipe Robayo
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