La posesión del chivo

Buzkashi Boys. Corto de Vice

Buzkashi*, el deporte nacional de Afganistán, consiste en guerrear por el cadáver de un chivo descabezado para llevarlo cargado a cuestas de un corcel alrededor de una bandera y arrojarlo en un círculo de cal que funge de arco para anotar un punto. La batalla entre jinetes y sementales puede alcanzar los mil participantes que se aglutinan como hormigas sobre una nueva presa. Y lo que está en juego es nada más y nada menos que el honor, el coraje, la fuerza, el apellido y hasta la reputación del clan.



El tinte barbárico que inevitablemente asignan mis ojos occidentales al ver este deporte me hace pensar en la naturaleza humana en función de la supervivencia: cuando está en juego la vida, ¿a dónde se dibuja el límite entre la barbarie y la rectitud? ¿Por qué este deporte sería bárbaro cuando las corridas de toros son reconocidas como arte? He aquí la apertura a la doble moral humana, contradictoria por naturaleza, pero necesaria para justificar las acciones propias mientras se condenan los mismo actos en el otro.

Pastor Afgano
Semental Buzkashi
De modo que, por lo pronto, catalogar este juego como cruel quizá evitaría reconocer su verdadera esencia: la lucha de clases, el combate por el poder y la determinación del clan dominante. En un país donde las rivalidades parecen pulular entre pastores, siervos, jefes y mujeres, el Buzkashi permite llevar la disputa por la posición del más poderoso al campo de juego y así mantenerla alejada del campo de batalla. 

El deporte es feroz. Los chapandaz—jugadores—agitan su látigo contra los adversarios y sus caballos, y ponen todo su cuerpo como contrapeso a la hora de cargar el chivo sin cabeza. Prefieren que les disparen en la cara con un rifle a que menosprecien la calidad y velocidad de su caballo, siendo una ofensa contra el semental una injuria contra el jinete. Y con las costillas rotas, la piel rasgada y la cabeza contusionada, los chapandaz continúan en el campo después de aplicarse un poco de anestesia. El dolor es parte esencial del Buzkashi así como el sufrimiento es una parte inevitable de la vida: el sufrimiento es parte de la victoria.


Visto de esta manera, el Buzkashi es una fiel representación de las luchas ideológicas a nivel político, económico y moral entre las naciones del mundo. Con las Naciones Unidas promoviendo el imperio de la democracia y su agenda de superioridad moral, países como Estados Unidos hallan los pretextos necesarios para invadir países como Afganistán en veras de imponer valores, creencias y derechos a la vez que acceden al botín—el chivo—que no es otra cosa que petróleo. Y entran con los G.I. Joes en sus tanques y humvees blindados, toman lo que necesitan y dejan el hueco una vez agotada la reserva. Y es comprensible que los afganos, con espuma en la boca, intenten a toda costa arrebatar el botín de las manos invasoras, que en ojos occidentales son manos redentoras.

Y así pasa con las naciones tercermundistas ahora eufemizadas como economías en vía de desarrollo. Las naciones más fuertes entran a galope a las más débiles con exenciones de impuestos para la explotación de la materia prima al igual que la condonación del tributo arancelario para su libre exportación. Como pasa en Colombia, que abre sus puertas a los dólares, euros, yenes y coronas danesas para que saquen la materia prima a gusto pagando en pesos, y dejan atrás una polvareda del mismo modo que rezagaría un joven semental a un viejo rocín—como dicen en Afganistán: “Es mejor un pobre jinete con un buen caballo, que un pobre caballo con un buen jinete”—. Y por si fuera poco, dichas materias las transforman en productos para luego importarlos de nuevo al país de origen, donde se paga en moneda nacional la manufactura extranjera: la vuelta a la bandera con el chivo a cuestas, para luego anotar un punto dejando el cadáver en el mismo punto de partida. Porque nuestra industria es como una mula contra un semental cuando se compara con los países desarrollados. Y no es posible hacerse al chivo descabezado sin poner en riesgo la integridad. Pero toca. Y el puño, la pata y el látigo son los únicos aliados del honor. Y no queda de otra que aferrarse al chivo como si se tratara de la vida misma, sin importar terminar arrastrado vuelto un harapo sanguinolento y embarrado, pues es preferible perder la vida a perder el honor. 

Bandera de giro

Pero la clase política colombiana vende orgulloso su patria, la regala, la ofrenda, la subasta al mejor postor, y no sólo da a precio de huevo su materia prima, sino que le pone zancadilla a todo ciudadano que intenta recuperarla o anotar con ella sus propios puntos. Quizá lo importante en este momento es recuperar a los jefes del clan que velen por el bienestar de la comunidad y no por sus propios bolsillos. Quizá hace falta que entren al Buzkashi mercantil a ganar y no a facilitar la victoria de la competencia. Quizá lo que hace falta es recordar que las ganancias individuales no siempre implican una ganancia colectiva, y que el dominio del más fuerte a veces se da perpetuando y fortaleciendo la debilidad del débil. ¿Será que algún día lograremos destronar a los jefes vendidos y poner en su lugar cabezas heroicas? Quizá algún día se logre, pero mientras tanto hay que estar atento al puñal en la espalda, el beso de Judas y la trampa invisible, ya que tal vez la victoria en el Buzkashi depende únicamente de las propias manos. Resta tomar el chivo y correr.

Tomado de NPR
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Felipe Robayo
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*Buzkashi: literalmente significa arrastre o toma de chivo.

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