Aprovechar el Tirón

Aprovechar
el
Tirón
Aloha
Una de las preguntas que más me ha perseguido durante los últimos diez años nace de los lemas Permitirse fluir y Dejarse arrastrar por la corriente, teniendo este último una cercanía al dicho de connotación negativa Camarón que se duerme se lo lleva la corriente, por lo que surge una contradicción que versa al fluir como algo tanto positivo como negativo. De modo que la pregunta es ¿fluir o no fluir? Si fluyo, ¿soy positivo o negativo? Si no fluyo, ¿soy negativo o positivo? Quizá se trata de una pregunta existencialista más adecuada para un imán, pero para mí, que me considero un ser electroquímico, pensante y emocional, intuyo que todo aquello que despierta mis emociones e ideas tiene un efecto en la composición electroquímica de mi cuerpo, por lo tanto, si mis acciones, pensamientos y emociones son negativas, me cargo negativamente; así mismo, si son positivas, me cargo positivamente. Ergo, si sé que el acto es positivo, mi emoción es positiva; negativo, negativa.

De manera que cada vez que me confronto a una decisión, debe no sólo imperar la emoción del momento, sino que el pensamiento debe ayudar a revelar otros aspectos inconsiderados desde lo emocional, pero así mismo no puede ser todo tan racional que se opaquen mis emociones y decida como un robot. Ese balance entre la emoción y la razón es lo que me permite dar el paso hacia atrás para la objetivación --lo perceptible sin intervención interpretativa--, pero así mismo da pie de entrada para la subjetivación --lo perceptible gracias a la interpretación--. Y gracias a esta diferenciación, poder proyectar hacia dónde quiero fluir, pues, vale aquí mi postura radical, estancarse no es una opción, y si sucede, es debido a contingencias para las que habrá que buscar una salida.

Por lo tanto, comienza a hacerse evidente que a la pregunta ¿fluir o no fluir? se le empieza a esbozar una respuesta: fluir, pero no en cualquier dirección. Esto implica que hay una toma de decisión que define mi futuro trayecto, pero una vez tomada esa decisión, debo acogerme a ella y surfearla de la mejor manera posible. Y en gran medida la toma de decisiones son como el surf, pues una vez se ha hecho el take off y los pies se aferran a la tabla, no hay marcha atrás: es un momento de absoluta concentración. Es un instante en el que todos los sentidos deben estar alineados, donde la perspicacia respecto al entorno se hace evidente, donde el manejo de la técnica está al servicio del talento. Y la ola llega con sus bondades y dificultades. Depende del surfista mantenerse en la tabla, pero también depende de la ola si no se acelera más de lo esperado y atropella, o si quiebra antes de lo previsto y aplasta a quien la navega. En este sentido, la respuesta a ¿fluir o no fluir? comienza a ser fluctuante, pues parece ser que fluir tiene sus momentos precisos. 

Las olas en Nazaré, Portugal, son algo así como una montaña que se mueve y el surfista desciende diagonalmente su ladera movediza. Surfear aquellas olas requiere coraje y locura -esto no lo digo yo a pesar de que concuerde, sino la opinión pública-. Así mismo hay decisiones en la vida que adoptan el rostro de lo infranqueable, pero que de ser necesarias y de ellas dependan el bienestar y la cordura, no queda de otra que asumir y despegar. Y en ese momento que comienza el surfeo, comienzan también una serie de desapegos: el desapego a la comodidad, el desapego a la certeza de la quietud, el desapego al lugar de inicio y el desapego al qué dirán. Aquellos desapegos son necesarios, pues hay una necesidad de vivir en el aquí y ahora cuando se está montado en la ola, despreocupado por la puntuación, de lo contrario, la vida está en riesgo, y sería bueno que las decisiones que tome no me cobren el precio de la muerte. Así, una posible respuesta a ¿fluir o no fluir? es que hay que fluir cuando se esté preparado para los desapegos y con la comprensión de lo que aquella ruptura significa. Para fluir hay que acoger el desapego.

  
Barreling
  
Alley Oop

Partes de una tabla de surf


Duke Kahanamoku
Agosto 24, 1890 – Enero 22, 1968
Cuando Duke Kahanamoku decidió reivindicar su deporte ancestral ante los colonos norteamericanos, el surf recuperó su esencia primordial que consiste en un estilo de vida. Una vida dedicada a los encuentros con las mareas, con los advenimientos de las olas, con la compenetración entre el hombre y la naturaleza, como fue el caso de Kepa Acero, quien tras estar extraviado en Angola durante diez días absolutamente solo, decidió desnudarse y surfear, al punto que una ballena se hizo a su lado pero no lo devoró como a Jonás. Por otra parte, resurgió la discriminación de las castas propia del Reino de Hawái donde la realeza surfeaba en las mejores olas en tablas de mayor tamaño hechas con la mejor acacia koa, comparado con los súbditos del reino que debían conformarse con las olas menores y tablas a la mitad del tamaño y de menor calidad. Tras la disolución imperial, el acceso a las buenas olas no dependió más del estatus de realeza sino a la capacidad y el talento individual de montar una ola. Además, el deporte y la cultura sobrevivieron a su segura extinción. La decisión de Duke salvó la historia de un pueblo, extendió su cultura surfista alrededor del mundo y popularizó el aloha, símbolo universal de amor y fraternidad.

Por ende, fluir es un esfuerzo consciente.

Pieter Lastman - Jonah and the Whale
Recuerdo una vez que estuve en La Barra, un pueblo pesquero en el pacífico vallecaucano a veinticinco minutos al norte de Juanchaco en moto o dos horas a pie. Llevaba cinco días surfeando con el cuerpo, puliendo técnica y reconociendo la forma como rompían las olas, además de aprender a leer cada ola y el momento adecuado para montarme en ella. Acababa de llegar el primo Juanfer y estábamos surfeando a eso de las once de la mañana. En el pacífico colombiano existen dos preciosos términos para referirse a la marea alta y a la marea baja, puja y quiebra respectivamente. Pues resulta que estábamos en el día de mayor puja en la semana, el momento donde las olas adquirían mayor vigor. Y encontramos el spot donde las olas quebraban hacia la derecha y la izquierda. Hacía unos instantes acababa de surfear una ola que me pareció agresiva y de difícil manejo. Volvía hacia el punto de quiebre cuando una ola que me pareció digna de Nazaré cautivó mi atención y arranqué hacia ella pero dudé. Sin embargo, la ola me tenía atrapado en su campo de fuerza como un imán a un inerte pedazo de hierro. Y sentí que la corriente ascendente me arrastró hacia la cara de la ola y que surfeé por un instante, pero en realidad no era más que un objeto mangoneado por el poder del océano y pronto estuve en el pico de la ola y la totalidad del pueblo de La Barra se abrió ante mis ojos en la profundidad del abismo. Y lo siguiente fue un estrellón contra el suelo, vueltas imposibles de contar, arena en partes innombrables, pérdida del sentido de orientación, semi contusión, labio grueso, ojo hinchado, sonrisa de estar vivo. Ese día sentí que la vida me dijo Tómala suave, cuando dudes no es momento de fluir. Sin embargo, también entendí que me decía que fluir es una determinación que es más fuerte que la duda.

Quizá no exista respuesta única, concreta y tallada en piedra para si fluir es positivo o negativo, pero a mi parecer es positivo cuando se es consciente de la determinación, el momento y las consecuencias de fluir, de lo contrario, fluir no es más que un arrastre ciego e inconsciente por parte de la corriente que puede acarrear hasta la muerte y dejarlo a uno en postura de camarón dormido. En este sentido, el fluir positivo se asemeja a navegar, mientras que el fluir negativo a naufragar. Y al final, lo fundamental es confluir la razón y la emoción, pues fluir positivamente es el resultado de su armonía: fluir es una habilidad y un don.

SURFLINE -WEATHER FORECASTER - Big Wave Tour
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Felipe Robayo

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