Quince Asaltos contra la Vida
“I'm fast. Last night I cut the light off in my bedroom, hit the switch, was in the bed before the room was dark”
El boxeo representa la confrontación individual contra la Vida. Cada etapa de la existencia humana conlleva sus propias dificultades pero así mismo sus propias actitudes para afrontar el día a día.
Durante la infancia, no queda de otra que darse duro contra el suelo para aprender a moverse. Sólo aprender a caminar puede dejar cicatrices que lo acompañarán a uno hasta la muerte. La madre y el padre son los entrenadores que le avisan cuando debe tener cuidado y cuando debe prestar especial atención, pero nada pueden hacer cuando la propia gana de explorar la pera y la bolsa resulta en devolución de golpe y una nariz rota. Sin embargo, es este golpe el que da paso a la niñez.
La niñez es mágica en el sentido de que todo lo que lo rodea a uno es un juego potencial. Con esta actitud, el niño se entrega a la libre exploración del mundo con los ojos potenciados por la imaginación, y nada puede ser realmente importante salvo el juego y jugar. La Vida responde con jabs suaves a la quijada y empujones al cuerpo para mantenerlo a uno alejado: algo así como midiéndole el aceite. Los juegos aumentan en dificultad y peligro, la Vida acelera el ritmo, llega una distracción del sexo opuesto -o el mismo- que deja lelo y descubierta la cumbamba, y la Vida, con una sonrisa, arremete con un gancho que lo noquea a uno al suelo y lo deja listo para la adolescencia.
Al levantarse con rabiosa determinación, uno arremete a la vida con todo lo que tiene, pero ella responde con un rope-a-dope al mejor estilo de Alí y, cuando nota que el ímpetu frenético ha disminuido en frecuencia y potencia, le sale a flote con un curvo directo al pómulo que lo pone a ver estrellas en la lona. Uno se levanta con el conteo a ocho reglamentario y ya no ve en el adversario a alguien que pueda sofocarse fácilmente, y así entra con algo de cautela a la juventud.
Pero el impulso, la intempestividad y el alarde durante este round contra la Vida son los mayores enemigos internos. Surgen consejos desde la esquina del cuadrilátero, pero la juventud es terca y prepotentemente sorda a los consejos de la vejez por lo que arremete contra la Vida sólo para ser devueltos con un cruzado a lo Pacquiao directo a la mandíbula. La Vida, con su danza de pies al mejor estilo de Roy Jones Jr. y el movimiento de torso de tetera hirviente de Joe Frazier, hacen que cada golpe lanzado a la Vida o bien pase sin tocarla o resulte inofensiva en sus guantes. Pero uno dice: “¡Ésta no puede conmigo, yo lo puedo todo!” Y la invita a que lo arremeta, le muestra el rostro descubierto para que se atreva a lanzar un golpe, baja la guardia, mofa y baila enfrente suyo, y la Vida, que no sufre de impaciencia, encuentra el momento oportuno, deja caer una lluvia de uno-dos y remata con un uppercut a la manera de George Foreman que sesga la mirada y replantea el combate para uno.
Cargado de cautela y con una noción más clara de las propias capacidades, ya adulto no se sale a buscar la pelea sino que se refuerza la defensa y ataca sólo cuando es necesario. Pero la Vida acumula puntos y su frescura inicial se mantiene a pesar de que a uno le hayan pasado los años por encima. La Vida, inmutable y eterna, sigue con una sonrisa juvenil en el rostro que pareciera una burla directa. Uno se ocupa sólo en acumular puntos para que la decisión de la victoria quede en manos de los jueces más que en el propio guante. Y uno, aguante y aguante, recibe los incesantes jabs, su hostigamiento inmarcesible a lo Henry Armstrong, y ya no queda de otra que comenzar a defenderse como sea, pues los golpes se avienen con la potencia de Jorge Durán, la velocidad de Julio César Chávez y la implacabilidad de “Sugar” Ray Leonard. Y no queda más que una horrible sensación de dolor que ningún médico ni aspirina pueden quitar.
Entonces se asienta el achaque. Ya se toma la Vida con cautela y se procura no confrontarla de frente. Arranca un asalto apreciativo y reflexivo sobre el combate y se llega a la conclusión de que aquel oponente es imbatible, que la fuerza de la juventud ya abandonó los puños mientras que el contrincante continúa intacto, como si no hubiera pasado siquiera un minuto por su semblante. No queda más remedio que defenderse a como dé lugar, pero las embestidas de la Vida atraviesan toda protección, los pies flaquean y el cuerpo está contra las cuerdas. Las luces comienzan a irse. La Vida embiste con uno-dos sin piedad hasta que saca el golpe que trae el silencio y oscuridad eternas.
El referee pide que doblen las campanas por el derrotado y levanta la mano de la Vida declarándola victoriosa. Y así, fractalmente en el universo de individuos, se repite la batalla una y otra vez. Algunos declarando campañas eternas en una búsqueda de inmortalidad pero sucumbiendo a la larga y otros resignándose a la derrota sin siquiera dar pelea. Pues al final de la batalla nos espera indefectiblemente la Muerte con los brazos abiertos y una gran sonrisa que nos invita a descansar de los quince asaltos contra la Vida. Y quizá no queda más que preguntarse si en realidad vale la pena pelear contra la vida o si será mejor simplemente vivirla, total el final siempre será el mismo.
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