La vida rueda y se va en un desliz
Deslizarse o rodar, la diferencia radical en la forma del contacto: un acercamiento a cómo se pasa por la vida.
En la primera forma de desplazamiento de un cuerpo, el deslizamiento puede ser un contacto apenas fugaz, un contacto que parece parte de un resbaloso encuentro entre una mano que aprieta con todas sus fuerzas un jabón cónico.* Esto puede resultar en un deslizamiento contínuo y ausente de percances, pero así mismo puede terminar fuera de control. Por otro lado, surge un problema cuando las superficies de contacto en las que se produce el deslizamiento son irregulares, espinosas, rocosas, y las otras pulposas, carnosas, delicadas, que dejan atrás un manchón rosado cuando se producen inesperadamente dichos roces mejor conocidos como quemonazos: recuerdo de agonía nebulosa que queda tatuado como memorabilia en la piel.
En cuanto a rodar, el contacto es un tanto más descansado, ya que la superficie rodante está en un constante cambio. De modo que la rueda tiene menos tiempo para recalentarse, deteriorarse, estallarse, romperse, desgastarse, estresarse o reventar. Me atrevo a decir que quizá la rueda se diseñó para atravesar caminos de mayor irregularidad, para sobreponerse a cualquier tipo de camino navegable a pie, la única limitación siendo la excesiva blandeza, inclinación o estrechez del terreno.
Esta diferencia de contactos se puede llegar a ver en el hockey en hielo y en ruedas. Cuando uno ve a un jugador como Alex Ovechkin de los Washington Capitals desempeñándose en el hielo, es fácil reconocer su soltura y naturalidad con el manejo de los pies al punto de dar la sensación que probablemente se siente más cómodo desplazándose en sus patines que caminando. El hombre se desliza sobre el hielo como si se tratara de una patinadora artística. Sin embargo, algo similar sucede con Panchito Vázquez, el apodado 'Maradona' del hockey en patines, quien se impulsa como un jet supersónico entre la defensa y parece que sus patines fueran aletas de pez espada en plena carrera por la cena. Quizá no es tanta la diferencia cuando de grandes patinadores se trata, pero de que está, está.
Esta diferencia de contactos se puede llegar a ver en el hockey en hielo y en ruedas. Cuando uno ve a un jugador como Alex Ovechkin de los Washington Capitals desempeñándose en el hielo, es fácil reconocer su soltura y naturalidad con el manejo de los pies al punto de dar la sensación que probablemente se siente más cómodo desplazándose en sus patines que caminando. El hombre se desliza sobre el hielo como si se tratara de una patinadora artística. Sin embargo, algo similar sucede con Panchito Vázquez, el apodado 'Maradona' del hockey en patines, quien se impulsa como un jet supersónico entre la defensa y parece que sus patines fueran aletas de pez espada en plena carrera por la cena. Quizá no es tanta la diferencia cuando de grandes patinadores se trata, pero de que está, está.
"This is the only way I can express myself, this the only way I can follow my passion, follow my dream. And that's why I play hockey. If you can follow your passion, follow your dreams, then hockey cannot be like a game to you, it cannot be like a sport to you, it's more of a lifestyle for you." |
En Kenya comenzaron a percibir esta diferencia de sensación cuando construyeron la primera pista de hielo en Nairobi, en el hotel Panari, cerca al Kilimanjaro y un safari para turistas norteamericanos, euroccidentales y rusos. Este rink diseñado tanto para la recreación como para la práctica de hockey es inaccesible a la gran mayoría de nairobeñ@s, pues el costo de entrada es de ochociento chelines kenianos, aproximadamente ocho dólares. Esto traduce a que una amplia porción de la población, para comprarse el tiquete de entrada, tendría que gastarse lo que se gana en todo un día de trabajo. De modo que aquellos con acceso al hielo pueden considerarse privilegiados.
El keniano de la fotografía de arriba describe el sentimiento que vivió cuando se deslizó por el hielo la primera vez diciendo que sentía que flotaba. A mí me parece que dijera que el deslizamiento sobre el hielo es similar al vuelo. Quizá varios jugadores de hockey en hielo alrededor del mundo concuerden con aquel sentimiento. Además, el hombre enfatiza que lo radicalmente distinto entre el hockey en ruedas y en hielo es la manera de frenar, algo que debe ser segunda naturaleza para un canadiense o un estadounidense. Y entonces no puedo dejar de preguntarme: ¿será que el hockey en hielo es excluyente? Y si lo es, ¿se deberá a su naturaleza invernal o responderá a factores socio-económicos? No es mi intención dar una respuesta absoluta, pero sí rumiar un poco el asunto.
Debo confesar que si hay un deporte alienígena para la comunidad caleña en general es el hockey (jóquei) en hielo. No obstante, la Liga Vallecaucana de Patinaje tiene una liga de Hockey en Línea y otra de Hockey en Patines. Pero es natural comprender que el deporte en su manifestación sobre el hielo no se dé en estas tierras de hasta treintaicinco grados bajo la sombra durante el verano.
El keniano de la fotografía de arriba describe el sentimiento que vivió cuando se deslizó por el hielo la primera vez diciendo que sentía que flotaba. A mí me parece que dijera que el deslizamiento sobre el hielo es similar al vuelo. Quizá varios jugadores de hockey en hielo alrededor del mundo concuerden con aquel sentimiento. Además, el hombre enfatiza que lo radicalmente distinto entre el hockey en ruedas y en hielo es la manera de frenar, algo que debe ser segunda naturaleza para un canadiense o un estadounidense. Y entonces no puedo dejar de preguntarme: ¿será que el hockey en hielo es excluyente? Y si lo es, ¿se deberá a su naturaleza invernal o responderá a factores socio-económicos? No es mi intención dar una respuesta absoluta, pero sí rumiar un poco el asunto.
The Panari Hotel in Nairobi |
Portero pingüino en Nairobi, Kenya © Emily Johnson for Mashable |
En Colombia es más o menos lo mismo. Una persona que gane el salario mínimo mensual de $781.242 pesos para jugar en una cancha sintética de fútbol tiene que desembolsillar aproximadamente diez mil pesos por una hora de juego, cuando el salario mínimo es de $26.401 pesos diarios, o sea que para jugar necesita un poco menos de la mitad de su sueldo para el que trabajó ocho horas y que se ve esfumar en una —y que no siempre vale siquiera la pena—. Si esto es así con el deporte más popular en Colombia, ahora imagínese cuánto costaría jugar hockey en hielo en esta tierra del guayacán y gualanday de primaveras instantáneas, del almendro en sus otoños rojos, del mango doblado de fruta, del cholado derretido, del chontaduro con sal, miel y limón, de la manga poma, la grosella, la guama, la chirimoya, la pomarrosa, el carambolo y la lulada bien helada. Aquí el hockey en hielo se derretiría en la boca, pero ya con las pistas (1 2) no demora en surgir el equipo departamental.
Recuerdo cuando tenía unos siete u ocho años que adoraba The Mighty Ducks, una película de Disney sobre un equipo ecléctico de pubertos desadaptados y de bajos recursos que logra anteponerse a las lúgubres probabilidades del triunfo y resultan campeones del torneo al que jamás siquiera habían considerado como obtenible. Esa fue la experiencia más cercana que tuve con el hockey más tarde superada por una patinada sobre el hielo en la Florida, Estados Unidos.
Recuerdo cuando tenía unos siete u ocho años que adoraba The Mighty Ducks, una película de Disney sobre un equipo ecléctico de pubertos desadaptados y de bajos recursos que logra anteponerse a las lúgubres probabilidades del triunfo y resultan campeones del torneo al que jamás siquiera habían considerado como obtenible. Esa fue la experiencia más cercana que tuve con el hockey más tarde superada por una patinada sobre el hielo en la Florida, Estados Unidos.
Eliud Kipchoge |
Leaderboard de la maratón de Berlín |
Ahora, no considero que el rally, la F1 y el hockey en hielo fomenten de manera alguna el racismo y el clasismo. Sin embargo, eso es algo que puede llegar a entenderse debido a la realidad expuesta anteriormente, aunque algunos dirían que aquello sería una malinterpretación, pero sería interesante ver el color de piel y la cuenta bancaria de quien cuestiona y de quien se adhiere.
Es complejo, entonces, querer deslizarse cuando no hay hielo para hacerlo, cuando no hay patines con cuchilla de acero inoxidable lista para cortar el agua congelada a veinticinco millas por hora. Es complejo cuando no hay plata para el casco ni la máscara ni los protectores ni el palo ni el puck de goma vulcanizada ni para entrar al hielo. Pero la Esperanza, aquella capaz de sacar sonrisas al desahuciado, hace que un grupo de kenianos se amarre los patines los domingos para mejorar su juego y aspirar al equipo nacional. Y no importa que no hayan palos ni patines ni pistas porque hay ganas y pasión, pero es claro que aunque importantes, las ganas y la pasión a momentos enceguecen, y la esperanza, aunque bondadosa y propulsora a la acción, opera basada en la ilusión.
Y cuando llega la hora del shootout, ese momento análogo al penalti en el fútbol pero con la diferencia de la carrera, se ralentiza la vida, se crispan los ánimos, se sincopan los corazones al ritmo de la victoria o la derrota en una sola jugada —como apostárselas todas por llegar a ser profesional o ir all-in al momento en que la ausencia de fricción está presente o lanzarse sin mente a perseguir los sueños que si no comienzan aquí y ahora y a través de las propias manos, entonces ¿cuándo, dónde y quién?—. O como cuando se agarran a los golpes y los árbitros permiten que continúe la pelea hasta que uno noquea al otro y el vencedor se adhiere al tácito código de hockey, pues la bronca se queda en la cancha: es parte del juego, por eso una ruptura de mandíbula no se puede tomar personal.
¿Y acaso la vida no consiste en una serie de rodadas, deslizadas, decisiones, definiciones y golpizas? Lo bueno es que a frenar se aprende aunque haya costado unas cuantas caídas y a fluir cuando se asume lo que hay que vivir. A definir cuando se tiene claro lo que se quiere, rodar cuando el terreno sea exigente y deslizarse cuando el desplazamiento no resulte en choque o quemón. Y el flotar llega cuando se hace lo que se ama. Los golpes con el tiempo dejan de doler, pues son momentos de crecimiento y el dominio de la técnica hace de la victoria parte del rigor. La cuestión radica en el cómo, pues tanto deslizándose como rodando, o se surge o muere. Fácil saberlo, sólo queda ejecutarlo.
Es complejo, entonces, querer deslizarse cuando no hay hielo para hacerlo, cuando no hay patines con cuchilla de acero inoxidable lista para cortar el agua congelada a veinticinco millas por hora. Es complejo cuando no hay plata para el casco ni la máscara ni los protectores ni el palo ni el puck de goma vulcanizada ni para entrar al hielo. Pero la Esperanza, aquella capaz de sacar sonrisas al desahuciado, hace que un grupo de kenianos se amarre los patines los domingos para mejorar su juego y aspirar al equipo nacional. Y no importa que no hayan palos ni patines ni pistas porque hay ganas y pasión, pero es claro que aunque importantes, las ganas y la pasión a momentos enceguecen, y la esperanza, aunque bondadosa y propulsora a la acción, opera basada en la ilusión.
Y cuando llega la hora del shootout, ese momento análogo al penalti en el fútbol pero con la diferencia de la carrera, se ralentiza la vida, se crispan los ánimos, se sincopan los corazones al ritmo de la victoria o la derrota en una sola jugada —como apostárselas todas por llegar a ser profesional o ir all-in al momento en que la ausencia de fricción está presente o lanzarse sin mente a perseguir los sueños que si no comienzan aquí y ahora y a través de las propias manos, entonces ¿cuándo, dónde y quién?—. O como cuando se agarran a los golpes y los árbitros permiten que continúe la pelea hasta que uno noquea al otro y el vencedor se adhiere al tácito código de hockey, pues la bronca se queda en la cancha: es parte del juego, por eso una ruptura de mandíbula no se puede tomar personal.
¿Y acaso la vida no consiste en una serie de rodadas, deslizadas, decisiones, definiciones y golpizas? Lo bueno es que a frenar se aprende aunque haya costado unas cuantas caídas y a fluir cuando se asume lo que hay que vivir. A definir cuando se tiene claro lo que se quiere, rodar cuando el terreno sea exigente y deslizarse cuando el desplazamiento no resulte en choque o quemón. Y el flotar llega cuando se hace lo que se ama. Los golpes con el tiempo dejan de doler, pues son momentos de crecimiento y el dominio de la técnica hace de la victoria parte del rigor. La cuestión radica en el cómo, pues tanto deslizándose como rodando, o se surge o muere. Fácil saberlo, sólo queda ejecutarlo.
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Felipe Robayo
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* Para obtener un jabón cónico, usted debe conseguir un jabón cualquiera y concienzudamente darle forma de cono con sus canillas y sus brazos, teniendo en cuenta de mantener una de las puntas progresivamente más gruesa que la otra que termina en punta, y cuando un día por fin tenga la forma adecuada, se aprieta con todas las fuerzas en la mitad de una alegre ducha y se goza con la trayectoria de proyectil en medio de la cascada que sale de la tubería.
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