Ping Pong a la colombiana
Olvidaba que en todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse.
Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano
En la actualidad ideológica colombiana se vive un fenómeno que deseo denominar el efecto ping-pong. Este efecto consiste en un contrapunteo constante de un bando a otro de la misma manera como los tenistas de mesa profesionales se atacan y defienden con los raquetazos a la pequeña y frágil pelota en busca de anular la capacidad de respuesta del contrincante o forzarlo al error. Este fenómeno sucede a diario a nivel religioso con el tema del matrimonio y adopción de parte de la comunidad LGBTI, a nivel político en cuanto a la repartición de tierras y a los procesos judiciales justos en el post-conflicto, y en el congreso sobre la pertinencia de una consulta popular para avanzar medidas contra la corrupción. Y los espectadores constituyen la muchedumbre haciendo eco de los golpes al unísono. Aunque cabe resaltar que hay otros temas calientes como la legalización del aborto, la aspersión con glifosato, la práctica de la eutanasia y la salida de Pékerman de la selección.
Y los del bando derecho sacan con efecto y pisando fuerte, pero los del bando izquierdo responden con un revés al lado opuesto de la mesa que le permite a los de la derecha sacar un raquetazo que fuerza a los de la izquierda a retirarse y responder con entregas englobadas pero con veneno para que los de la derecha respondan con cuidado a pesar del ahínco que continúa de su parte. Y así siguen, el uno atacando y el otro defendiendo hasta que el que ataca prevalece o se equivoca, pues quien ataca es quien propone el juego, mientras quien defiende está supeditado al error del adversario. Lo otro que puede pasar es que se cambian los papeles y ya no son los de la derecha quienes arremeten sin clemencia, sino que son los de la izquierda quienes no muestran una pizca de misericordia.
Para ilustrar con mayor precisión la dinámica de los debates ideológicos en Colombia, basta ver un partido del alemán Timo Boll contra el chino Ma Long, quienes jugaron la final del Liebherr World Table Tennis Championship 2018 en Halmstad, saliendo triunfante el asiático.
Lo interesante de este asunto es que gracias a la democracia estos fenómenos son posibles, pues de vivir en monarquías, zipazgos o dictaduras no existiría el lado que responde, o el gobierno imperante se mostraría en forma de muro a toda oposición. Pero entonces, ¿por qué a pesar de que exista tanta oposición sólo puede salir vencedor uno? Considero que ahí yace un problema al reducir la política o la ideología a una cuestión de competición, pues muchas veces, a pesar de que una sale victoriosa, eso no la convierte en la mejor opción. Incluso hay un punto paradójico cuando llegan las victorias que a la larga son derrotas. De modo que un gobierno representativo no es aquel que se impone ante o aprovecha el error del otro, sino aquel que es capaz de representar al conglomerado total de la población, no sólo a una mayoría, mucho menos cuando la denominada minoría estuvo a menos de trece puntos porcentuales de diferencia del ganador.
Por lo tanto, ¿qué pasaría si en vez de un solo presidente hubieran dos como en los partidos dobles? ¿O qué tal que no hubiera presidente sino un comité presidencial donde cada miembro se encarga de necesidades de la comunidad dependiendo del nivel de urgencia? ¿O qué pasaría si se eliminara por completo el rol principesco de presidente y se legara el manejo del país a un cuerpo consagrado a su desarrollo infraestructural, social y financiero a largo plazo?
El gran problema es que en nuestro país ya existe de algún modo el modelo multipresidencialista pero está mal distribuido en poderes armados como las bacrim, los paramilitares, las disidencias, el ELN, los narco-terratenientes y los negociantes internacionales del extractivismo.
Y por último está la voz de la nación.
A la larga, lo que realmente importa es que las personas puedan gozar de los mismos derechos que el resto de los miembros de la sociedad a la que pertenecen, pues de tener derechos distintos, o bien eso les otorga derechos especiales o los excluye de ciertos derechos, por lo que puede decirse que ellos u otros gozarían de privilegios ante la ley, lo cual constituye una suerte de desigualdad, pues no todos serían vistos con los mismos ojos por la justicia. Esto constituye una subrepresentación de una porción considerable de la población por parte del gobierno de turno y por ende exige medidas de inclusión presupuestaria en la agenda de desarrollo social.
Por otra parte, seguir ladrando madrazos por Facebook o Twitter en contra o a favor de Petro, Duque, Uribe, los LGBTI o la consulta anticorrupción constituye un desgaste de aliento, pues sería bueno que un político quedara electo por sus propuestas políticas, no por su personalidad, su influencia partidista ni su maquinaria propagandística; y así mismo, que una ley se estatuyera tanto por beneficio de la sociedad como por sentido común no por oportunismo vacacional los veintitrés de diciembre a las cuatro de la tarde. Además, siempre habrá alguien listo a responder con amenazas, dentelladas, cuchilladas y metralletazos de obscenidades y ofensas a quien piense distinto, pero la vida y la política son un poco más sutil que un juego de ping pong donde prevalece el toma y dame. Es vital reconocer cuándo se puede dialogar para transformar y cuándo para sólo intercambiar comprensiones. Como lo dice el Adriano de Yourcenar “En menos de una hora fui capaz de aprehender, ya que no de compartir, su pensamiento; él no hizo ningún esfuerzo por lo que se refiere al mío. Fanático, no tenía la menor idea de que pudiera razonarse sobre premisas diferentes de las suyas.”
Quizá lo que conviene es un juego gregario en el que esté en riesgo el bienestar de la colectividad en las diferentes individualidades que constituyen el grupo. Como un juego donde los participantes deben lanzarse un globo lleno de agua por lo aires con el fin de resguardarlo el mayor número de pases antes de que explote. En este sentido, cada quien da lo mejor de sí mismo, pero no es en veras de vencer al otro, sino de potenciar las capacidades propias y de los demás para el bienestar colectivo.
Quizá lo que conviene es un juego gregario en el que esté en riesgo el bienestar de la colectividad en las diferentes individualidades que constituyen el grupo. Como un juego donde los participantes deben lanzarse un globo lleno de agua por lo aires con el fin de resguardarlo el mayor número de pases antes de que explote. En este sentido, cada quien da lo mejor de sí mismo, pero no es en veras de vencer al otro, sino de potenciar las capacidades propias y de los demás para el bienestar colectivo.
Las transiciones hacia nuevas formas comienzan con el reconocimiento de las actuales, y ya un país tan quebrantado por la violencia está demasiado desgastado para seguir dándole a la raqueta del odio. Ya el topspin de venganza necesita un receso en la comprensión, la aceptación del cambio y el perdón. No es una rendición, es un llamado a un cambio de juego. Eso sí que quede claro, ¡qué viva el ping pong!
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Felipe Robayo
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