Alas de Nailon

Si a usted le preguntan “¿Quiere volar?” ¿cómo respondería? ¿Se preocuparía por la manera en que le están proponiendo volar? ¿Demandaría certificados de calidad? ¿Se alejaría asustado y cargado de desconfianza? ¿Miraría a quien le hace la pregunta como si se tratara de una persona a la que le falta un tornillo? ¿Aceptaría sin dudarlo? ¿Se negaría rotundamente? ¿Permitiría seducirse por el anhelo despertado por la idea de volar?

Piénselo un momento.

Cuando veo a las piguas alzarse hacia el cielo con las alas extendidas en todo su esplendor, me pregunto si ellas verán las corrientes de viento, si sus ojos percibirán ondas de luz imperceptibles al ojo humano, o si pueden sentir los cambios de presión o los cambios de temperatura. En otras palabras, ¿aprenden a volar o vuelan netamente por instinto? Quizá la respuesta puntual sólo interesa a los ornitólogos, pero a mi parecer aprenden a desarrollar su instinto. Y luego sondeo el vuelo estático del colibrí y el murciélago, o los vuelos de aleteo constante de las torcazas y las palomas, o el elegante y decidido porte del halcón peregrino cuando corta el aire a toda velocidad. Y me maravilla pensar que todos vuelan distinto, al igual que los hombres y las mujeres al caminar por la vida, o como los peces cuando surcan el agua en busca de comida y huyendo de ser la cena.

Y quedo embelesado con las figuras que hacen en el aire, con la libertad de movimiento que les permite el cielo y sus alas, y con la versatilidad de sus figuras y el acompañamiento de sus trinos y sus cantos: me hace pensar que le cantan a la libertad de vivir al vuelo, la libertad de ver un punto en el horizonte y dirigir hacia allá el cuerpo con el ahínco del espíritu y la convicción de la llegada. Y luego me interno en su ser y veo el mundo desde lo alto. Los árboles son apenas nidos en el lienzo verde y gris de la ciudad que invade la naturaleza. Y me entran unas ganas de volar que despiertan en mí un deseo por crecer alas, por nacer de un huevo y tener pico y garras y plumas y ojos de pupilas abismales.

Birdman with Spread Wings by ©Leonard Baskin
Entonces busco las opciones. Las alas de cera de abeja con plumas le costó a Dédalo su hijo Ícaro. El parapente de alpaca que pertenecía a Antarqui aún no lo han encontrado en las ruinas Inca. Perseo se quedó con las sandalias aladas de Hermes. El ornitóptero de Da Vinci volaría si despegara. El equipo de Jetman se sale del presupuesto de cualquier perteneciente a la clase media no militar. Y practicar wingsuit flying o wingsuiting o vuelo con traje aéreo conlleva una inversión de más de dieciséis mil dólares y mínimo un año saltando de paracaídas a día de por medio para poder comenzar a practicarlo, en otras palabras, exige dedicación y la aceptación para asumir una renta. El ideal sería salir patrocinado como el compatriota Jhonathan Flórez Patiño, “El hombre pájaro”, quien a pesar de que murió volando en Engelberg, Suiza, un nefasto 3 de julio en el 2015, murió cumpliendo sus sueños y las valkirias vinieron a recogerlo en sus corceles alados para llevárselo al palacio de Odín en el Valhalla por haber muerto en la batalla de hacer lo que se ama.

Y quizá el cliché de entregarse a cumplir los propios sueños está tan trillado que ya hasta Hollywood la piensa dos veces antes de producir una nueva película sobre el tema, pero a mi parecer el vuelo de los wuingsuiteros es en esencia la manifestación de un sueño cumplido que tiene la particularidad de ser un sueño colectivo del hombre y la mujer a través del espacio y el tiempo. Por eso no puedo evitar sentirme conectado al pellejo de quien mira el abismo con un traje de nailon, un casco con una Hero GoPro montada y una maleta que no parece contuviera un paracaídas. Y sin pensarlo dos veces se lanza al vacío, gana velocidad con la fuerza de gravedad y abre los brazos que son alas como de ardilla voladora, como de murciélago bien alimentado, como de recortes de paracaídas. Y comienza a avanzar a una proporción de tres pies horizontales por cada pie vertical hasta alcanzar velocidades batidoras de records de hasta 249 mph (400.7 kmh) como lo hizo Fraser Corsan. Y la turbulenta ruptura del aire aturde con su zumbido supersónico. Y la roca desnuda de las paredes montañosas recibe la sombra fugaz de los hombres pájaro.

No puedo dejar de pensar que ellos, en alguna medida, están redefiniendo el concepto de alcanzar una meta, pues en la actualidad la cima de la montaña está equiparada con el éxito mientras que para ellos la cima es apenas la base para saltar al vacío y volar: el éxito está en el vuelo aterrizado al pie de la montaña. Claro está que el riesgo de muerte es enorme. ¿Pero será que el costo de los sueños cumplidos, esa forma del éxito, siempre será lanzarse al vacío y entregarse al pilotaje del acelerado advenimiento? ¿Será que los sueños sólo se cumplen viviendo las acciones del aquí y el ahora a cada instante? ¿Qué sueño no es esencialmente vertiginoso? ¿En dónde está el éxito de cada cuál? ¿En qué vuelo está su sueño? ¿Volaría?
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Felipe Robayo

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