Terminó Rusia... ¿Y ahora?
Finalizado el mundial, se acabó la hora de la locha bienesxcusada permitida y promovida socialmente, y volvió el régimen de la puntualidad y la rutina. Claro, aunque para ver los partidos se procuraba llegar con por lo menos diez minutos de antelación a la transmisión para cargarlo en Roja Directa cuando no estaba en Caracol o RCN. Pero para trabajar, la locha aplaza el sonido de la alarma dos, tres, cuatro veces hasta que sólo le quedan cinco minutos para arreglarse, desayunar, ir al trabajo y marcar tarjeta.
De modo que volvieron los días grises y carentes de novedades. Ya Messi no salva a una Argentina desnuda de contundencia. Ya Cristiano Ronaldo no liquida el partido con la derecha. Ya Yerry Mina no se alza por encima de las cabezas contrarias como el Aconcagua sobre los Andes para darle vida a una Colombia agonizante y dividida. Ya Mbappé no deslumbra con la gracia de su talento ni deja rezagados a los defensas como Usain Bolt a su competencia. Hoy ya no juega México contra Corea del Sur, ni Colombia contra Inglaterra, ni Croacia contra Francia.
Y ante el evidente apagón emocional, ante la súbita pérdida de la chispa de la alegría en la forma de transmisión satelital desde una Rusia capitalista, las personas van al trabajo ya no con la emoción de saber que a las nueve van a tener una posibilidad de disipar su atención y entretener la emoción frente a la apasionante ventana del fútbol. Las personas van al trabajo con el conocimiento de que a la una ya no habrá encuentro y que el día se irá en el mismo tecleo, en el mismo proceso, en la repetición de la repetidera de lo que sea que toca hacer a diario. Y la cruda realidad comienza a permear la piel y se adhiere a ella como el petróleo. Y la falta de oxígeno se hace más evidente. Y la continuidad prolongada de una actividad anula la capacidad de pensar y sentir. Y ya el mundial parece a noventa días de distancia a tan sólo un día de los últimos noventa minutos y su pitazo final que declaró a Francia como el máximo exponente del fútbol en la actualidad.
Y lo que puede denominarse despertarse a una pesadilla es salir de la somnolencia futbolística para recordar que Iván Duque es el presidente electo y que el Centro Democrático encabezado por Álvaro Uribe Vélez ya causó estragos en la JEP a la vez que los paramilitares asesinan líderes sociales a lo largo y ancho del país, las disidencias de las FARC se reagrupan ante el advenimiento de una traición de los acuerdos de paz por parte de la clase política y el ELN vuelve a puntear los encabezados con presuntos crímenes. En otras palabras, Uribe se la puso con la mano a Duque para que le metiera un golazo a los logros del mandato previo. Pero no sólo eso, le puso otro pase al vacío cuando estaba en fuera de lugar y el VAR legitimó el gol, lo que hizo que se agitaran los ánimos del equipo contrario. Y por si fuera poco, el hipnotizado público alaba las decisiones arbitrarias de rearmar la defensa, quemar las plantas del enemigo con glifosato y desmembrarlos porque así no oponen tanta resistencia. El público aúlla con el ciego delirio de la rabia y la intoxicación del remordimiento, y todos gritan "¡Muerte a esos guerrilleros, asesinos, terroristas, bandidos!" Pero lo verdaderamente interesante es ver la ausencia de congruencia, coherencia y consecuencia cuando respaldan acciones criminales de otros grupos armados arguyendo que son un mal necesario para un bien mayor, que a pesar de que desplazan, desaparecen, torturan, asesinan y desapropian al igual o peor que los otros, está bien porque lo hacen ellos... Y pensar que todos somos colombianos...
La doble moral colombiana es tan absurda y terca que es como si el árbitro se negara a aceptar la decisión del VAR sólo por no aceptar su propio error. Es este tipo de terquedad que mantiene el velo de la ignorancia ceñido a los ojos de una Colombia urgida de un cambio ideológico en la manera de hacer y relacionarse con la política. Es este tipo de terquedad la que mantiene a la mula enranchada en su sitio y no le permite progresar. Colombia se convirtió en una mula terca que no avanza por su caprichosa decisión. Y, por si fuera poco, se regocija en ello. Algo así como un equipo que confía ciegamente en su disposición táctica a pesar de que le ha acarreado más derrotas que triunfos.
Ahora lo que queda es estar pendiente de cómo jugará el partido electo durante el cuatrienio y cómo responderá o propondrá juego el partido de la oposición. Al público se le pide mesura en su sed de sangre, pues la arena está repleta de gente del común y ya están abriendo las puertas de los gladiadores y las bestias que no temerán las consecuencias secundarias de su fuego cruzado. Y ojo que la legitimidad del VAR depende de los ciudadanos. Definitivamente, ya no hay tiempo para la locha pues Colombia está jugándose el mundial de su bienestar.
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Felipe Robayo
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